Mítica banda de rock ofreció imponente concierto en el marco de su última gira mundial.
Han pasado 50 años desde aquel lejano 1972, cuando cuatro jóvenes norteamericanos, llenos de ilusiones y vitalidad, irrumpieron en la escena musical con una propuesta atrevida, desafiante, pero a la vez novedosa y muy glamorosa.
Paul Stanley, Gene Simmons, Ace Frehley y Peter Criss mostraron al mundo su arte, su sonido y su imagen, englobados en un nombre que quedará grabado en la cima del olimpo de la música: Kiss.
De esos cuatro ex mozalbetes solo quedan dos, Paul y Gene, quienes siguieron con la compleja maquinaria en la que se transformó la banda, sumando el talento de los actuales Tommy Thayer y Eric Singer.
Su carrera fue una vorágine. Empezaron con un pequeño auditorio de 10 personas para, con el transcurrir del tiempo, llenar estadios y congregar multitudes. Pero como toda carrera, la de Kiss también debía llegar a su final y qué mejor que culminar el viaje con 50 años cumplidos.
Lima tuvo el privilegio, sí, el privilegio de formar parte de esa élite de ciudades que le dice adiós a una megabanda como ésta, nacida en los suburbios de Nueva York. Y es que la Kiss Army, nombre con el que se le denomina a los fans del grupo en el mundo, demostró que en nuestra capital tiene raíces fuertes y muy arraigadas.
Un concierto frente al mar, qué mejor manera de cerrar un ciclo, nos transportó por los mejores años de Kiss. Una recopilación de lo mejor de sus 20 discos de estudio (no hemos considerado los 16 discos en vivo, seis álbumes en directo y dos en solitario), retumbó el Arena 1 de San Miguel.
La apertura del evento fue con Rock and roll de Led Zeppelin, mientras las enormes pantallas proyectaban la salida de la banda al escenario ante la algarabía de sus seguidores. La gran cortina con el logo de la banda cayó para dar paso a los cuatro neoyorkinos, que iniciaron su faena con el clásico Detroit Rock City.
Grandes lenguas de fuego sobre el escenario, bombardas, fuegos artificiales y luces multicolores completan el show y le dan la espectacularidad que una banda como Kiss merece. Simmons, irreverente como siempre, prácticamente se encarga de entornar las primeras canciones del concierto (Shout It Out Loud, Deuce, War Machine).
El “demonio” nunca desentona; es el complemento perfecto de Paul Stanley, el “niño estrella”, viejos compañeros de grandes batallas y un sinfín de aventuras dentro y fuera de los escenarios.
Tommy Thyer, el “hombre espacial” demostró porqué forma parte de la banda. Sus afiatadas y desgarradas notas hacen de su guitarra un instrumento letal, capaz de volar cerebros y corazones de quienes osen escucharla.
Y en la batería “el gato”, el sucesor de Peter Criss y de Eric Carr (lamentablemente fallecido en 1991). Eric Singer es un virtuoso con las baquetas y también demostró que el canto es lo suyo, especialmente cuando entonó la tierna “Beth”.
El histrionismo de Paul es un punto aparte. Su interacción con el público, sus diálogos y expresiones con un español magullado pero legible (“no se hablar muy bien español, pero comprendo sus sentimientos y mi corazón es suyo”), lo hacen único. Nunca dejó de mencionar a Lima y cuánto quería a la capital peruana. Su carisma es un sello característico.